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Full text of "Luis Melián Lafinur - La historia y la leyenda"

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LUIS MELIÁN LAFINUR 


LA HISTORIA 


LA LEYENDA 


MONTEVIDEO 

'"•*es .ri rute-, te o m. be» t ahí 

iquilla, 1S6 

191 1 







PUBLICACIONES 

DEL MISMO AUTOR 


Estudio sobre la neutralidad.— Tesis para 
obtener ei grado de doctor en Juris- 
prudencia. — Buenos Aires 1870. 

lias mujeres de Shahespeare. 

Exégesis de banderías. 

líos Treinta y Tres. 

bas charreteras de Oribe. 

Charla menuda. 

Sonetería. 

Causa política de Avelino Arredondo (dos 
folletos). 

El pioblema nacional. 

Ecos del pasado. 

bos grandes y los pequeños. 



LUIS MELIÁN LAFINUR 


LA HISTORIA 

Y — 

LA LEYENPA 


A 


MONTEVIDEO 

TALLERES GRÁFICOS - EL ARTE-, de O. M. BERTANI 
Reconquista, 195 

1 91 1 



MOTIVOS OE ESTA PUBLICACION 


El hecho de darse á luz en forma de 
opúsculo el insignificante trabajo á que estas 
líneas preceden, necesita ser explicado. 

He sido, desde su fundación, de los más 
asiduos colaboradores de la '< Reuista Histó- 
rica » que se publica en esta ciudad. Con 
tal antecedente, á fines de agosto del co- 
rriente año el director de dicha Reuista me 
pidió que le escribiese algo para el número 
que indefectiblemente se proponía editar en 
septiembre' porque me significó que iba á 
concluir de una uez por todas con el retraso 
de uarios meses que habían sufrido siempre 
los números del periódico. 

Le contesté que mi ceguedad acciden- 
tal me imposibilitaba para todo estudio en 
que tuuiera que consultar por mi mismo li- 
bros y papeles. 

No se rindió á mis excusas solicitando 
que cuando menos preparase algún trabajo 
doctrinario que con facilidad le dictaría yo 
á un escribiente, agregando que podía dispo- 
ner de unos seis ú ocho días para entregárselo. 



— 6 — 


Vencido por las incesantes exigencias 
del director de la «Reuista,» el 5 de septiem- 
bre puse en sus manos el artículo «La His- 
toria y la Leyenda > . Al día siguiente noté 
por sus medias palabras y reticencias que 
mi trabajo no le llenaba; y por fin el 18 
del corriente me notificó por escrito que 
para mi artículo estaba cerrada la «Reuista. » 
Este « úkase » me sorprendió porque yo en- 
tendía y entiendo que la « Reuista Histórica » 
como las demás publicaciones de su índole 
en Europa y América debiera ser un palen- 
que abierto á todas las opiniones para la 
controuersia de una materia en que nadie 
puede pretenderse poseedor de soluciones 
definitiuas. 

Como el director de la «Reuista Histó- 
rica» no es su propietario porque se trata 
de una publicación oficial, pienso que no 
tiene derecho para negarle la entrada en 
ella á ningún escritor que guarde los cáno- 
nes de la cultura y del estilo. 

Ni la ley que la creó conjuntamente 
con el Archiuo Histórico ni el Gobierno que 
hizo el nombramiento de director presupues- 
tado por esa ley, han tenido el propósito de 
erigir una dictadura literaria ni restablecer 
la censura preuia, ni transportar á Monteui- 



— 7 - 


deo desde Roma los procedimientos inquisi- 
toriales de la santísima congregación del 
« Index » simplificados en la forma más ex- 
peditiua del fallo unipersonal é inapelable. 

La «Revista» será la primera en experi- 
mentar los pésimos efectos del criterio de 
su director. Hoy se rechazan mis pobres 
producciones y con ello nada pierde la «Re- 
vista»; pero mañana se obseruará igual con- 
ducta con la obra de todo escritor indepen- 
diente que no se preste á rendirle homenage 
á los prejuicios sociales, políticos y religio- 
sos del Señor Director. 

Aun reducida á la compilación de docu- 
mentos, poca utilidad ha de prestar la «Re- 
vista,» porque si se aplica á los papeles his- 
tóricos el mismo criterio estrecho que á los 
escritores, resultará que cuando los docu- 
mentos contraríen los prejuicios del señor 
director, se relegarán á las calendas griegas 
ocupando lugar de preferencia fodo aquello 
que siendo menos interesante no esté en 
pugna con el modo que tenga el Señor Di- 
rector de encarar los hombres y los sucesos. 

Desde que en la portada de la «Revista» 
se dice textualmente que ella « no se res- 
« ponsabiliza por las doctrinas y opiniones 
« que emitan los colaboradores», llano es 



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quenada de lo que yo suscribiera con mi firma 
podría rozarle la epidermis al Señor Director. 

Es original que en una reuista histórica 
tan luego, le tenga su director miedo á la 
uerdad y tiemble ante ella como un azo- 
gado; y que ese pauor real ó fingido se 
tome de pretexto para inferirme un agrauio 
injustificado y ejercitar un acto de jactan- 
ciosa prepotencia que no le corresponde 
tanto porque la «Reuista» no le pertenece, 
cuanto porque son tan difíciles como innece- 
sarias en los tiempos que alcanzamos las 
resurrecciones de Catón el Censor. 

Declarado mi pobre artículo indigno de 
uer la luz pública en la «Reuista,» cuyas pá- 
ginas inmaculadas mancillaría en concepto 
del Señor Director, y habiendo trascendido 
este incidente por indiscreciones que no son 
mías, me considero en el caso de poner al 
público de Juez para que diga de que parte 
está la razón y quien es en esta oportuni 
dad el que defiende las conueniencias gene 
rales y los fueros de todo escritor indepen- 
diente que tenga el concepto de su propia 
dignidad. 

Luis Melián Lafixur. 


Mónteuideo, 30 de Houiembre de 1911. 



LA HISTORIA Y LA LEYENDA 


Si bien pudiera creerse, de estar á una 
de sus acepciones, que la leyenda sólo de- 
biera contraerse á sucesos de época re- 
mota, borrosos y conocidos únicamente 
por la tradición, sin ninguna otra referen- 
cia, documento ó antecedente, el hecho 
que pasa ante nuestros ojos, sin embargo i 
es que se hace leyenda de la historia 
contemporánea, y de los sucesos no muy 
lejanos en que fueron testigos ó actores 
nuestros compatriotas apenas de tres ó 
cuatro generaciones atrás. 

Los declamadores de oficio, los incons- 
cientes que falsifican la historia sin estu- 
diarla, los que halagan las pasiones del 
vulgo con espejismos de gloria sin base 
real, sacan la verdad de su quicio para co- 
locarla en el lecho de Procusto á que 
ajustan sus conveniencias personales fin- 
giendo entusiasmos cívicos en busca de 
un éxito ruidoso á todo trance y por todo 
género de medios. 



- 10 - 


Esta clase de declamadores que desna- 
turaliza los anales históricos, abunda más 
que en ninguna parte en América; de mo- 
do que á favor de la mistificación y del 
engaño, se convierten en héroes de una 
nueva Yliada y en varones de Plutarco, los 
proceres que forja tan sólo una desviación 
de la moral eterna, pretendiéndose así 
servir los fines del patriotismo. 

Pero en esta comedia, el histrionismo 
se sobrepone á las exigencias de un país 
que comprenda sus intereses y se dé cuen- 
ta de que, si de lo sublime á lo ridículo 
no hay más que un paso, ese paso lo fran- 
quean bravamente los insensatos que ven 
en sus protegidos genios militares, esta- 
distas y constitucionalistas, á los que se- 
ría ofender y calumniar si no se Ies de- 
clarase superiores á Wáshington. 

La obra, sin embargo, de anarquías, de 
guerras civiles, de incitaciones á la inter- 
vención extranjera, de despotismo y de de- 
rrotas, no suele ser la más propicia para 
magnificar héroes y ungir semidioses, ni 
siquiera para trazar paralelos en que figu- 
re el virtuoso ciudadano cuya memoria 
venera el pueblo de los Estados Unidos. 

La declamación vocinglera puede tener 



- 11 — 


el éxito de un momento, porque la menti- 
ra que se envuelve y perfuma en el in- 
cienso del civismo, suele sorprender y en- 
gañar á las gentes sencillas que no estu 
diando por si mismas los fastos del pasa- 
do, se alucinan con las apoteosis que se 
avienen con las generosidades de su co- 
razón al par que con las aspiraciones de 
su orgullo nacional. Más como el velo de 
las supercherías á lo mejor se descorre, es 
el desprecio lo que queda en pié para los 
embaucadores de los pueblos, pues llega 
un momento en que no quieren dejarse 
burlar y en que piensan que los fueros de 
la verdad están mas arriba que las inven- 
ciones de convención. 

Un déspota que se sustituye á la sobe- 
ranía popular y arrastra su país á los ma- 
yores infortunios, no dejará de ser tal dés- 
pota porque sus panegiristas declaren que 
la absorción perpetua de poderes tuvo por 
único fin salvar la autonomía de una pro- 
vincia ó de un país, ó por que aleguen 
que la paz pública y el deseo del orden 
hacían indispensable la abdicación de los 
derechos de un pueblo en las manos fé- 
rreas de un amo. 

Es una senda fácil de recorrer con triun- 



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fos accidentales y agasajos transitorios, la 
de aquellos que muestran seres sobrena- 
turales á un pueblo candoroso, dotándolos 
de todos los heroismos, de todas las vir- 
tudes y de todas las abnegaciones que 
con dificultad pueden encontrarse en un 
solo hombre, siquiera ese hombre se elija 
entre los que la historia presente como 
modelos de la relativa perfección humana. 

Mas incomprensible y extraña resulta la 
pretensión de hallar semejantes hombres 
en agrupaciones de incipiente civilización, 
si se Ies busca entre los elementos incul- 
tos que salen de los ejércitos de la barba- 
rie en pueblos nuevos, de territorios des- 
poblados y de progreso aun no alcanzado. 
Presentar en estos estados caóticos como 
grandes estadistas y modelos de profeso- 
res de ciencia constitucional á los bárba- 
ros que más se distinguieron entre las tur- 
bas de que surgían, es simplemente necio 
y absurdo, luego que las formas científicas 
y avanzadas del gobierno libre no se al- 
canzan por intuición ni adivinación, sino 
que resultan de largas gestaciones y ela- 
boraciones lentas y pacientes en el trabajo 
de los pueblos que poco á poco han lle- 
gado á la meta en materia institucional. 



- 13 — 


Los primeros ridiculizados en las exage- 
raciones de la postuma deificación son 
precisamente aquellos mismos á quienes se 
pretende glorificar con manifestaciones fic- 
ticias de adelanto y de intelectualidad ra- 
diante, cosas que fueron siempre un misterio 
para la mediocridad de sus condiciones 
personales. 

Puede un individuo con ciertas dotes de 
resolución, de valor y de dominio, impo- 
nerse á las masas incultas en días de re- 
volución, en que nadie tiene rumbos fijos; 
pero acaudillar á los habitantes de una de- 
sierta campaña y estimularles el amor á la 
libertad y el odio á la tiranía, no son por 
si mismos hechos que determinen ni apti- 
tudes militares, ni virtudes estrictamente 
republicanas, ni entusiasmo por el orden; 
y claro está que si en esta clase de do- 
minadores accidentales, hijos de las cir- 
cunstancias y de su audacia, se puede 
encomiar el propósito de seguir una idea 
que cunde en el ambiente político de las 
revoluciones iniciadas por hombres de pen- 
samiento, no ha de entenderse que la do- 
cilidad en seguir un propósito difundido 
en determinado momento, llegue hasta el 
extremo de convertir en genios militares, 



— 14 - 


estadistas y probos ciudadanos á los que 
impelidos por la vorágine de los aconteci- 
mientos han tenido un puesto de especta- 
bilidad y de empuje en las grandes con- 
mociones populares. 

Cuando los caudillos arrastran á las mul- 
titudes al sacrificio por la patria, llevan á 
cabo una obra meritoria que los anales de 
un país recogen en sus páginas; pero la 
historia se trueca en leyenda detestable 
cuando atenta á que sin beneficio de in- 
ventario se juzgen los hechos del caudillo, 
se le declare perfecto é impecable y se le 
elogie por aquello mismo que constituye 
su proceso ante la mirada imparcial de los 
que no entienden que el levantamiento 
contra un régimen opresor, dé derecho al 
que lo produce para convertirse en amo 
y señor del pueblo que abnegadamente lo 
ha seguido. 

Las idolatrías que los declamadores y 
farsantes quieren sin sentirlas trasmitir á 
los pueblos, haciendo alarde de la más 
alta nota del patriotismo, son efímeras y 
generalmente no resisten el análisis me- 
tódico y sereno á que se entreguen los 
ciudadanos amantes de la verdad y real- 
mente inspirados por un civismo acrisola- 



— 15 - 


do. Entonces desaparece el espejismo falaz 
de la leyenda para dar paso á la palabra 
austera de la historia. 

Si para los declamadores y falsarios exis- 
ten instantes de voluptuosa y frágil vani- 
dad cuando logran fanatizar accidentalmen- 
te á una generación con los abusos de la 
mentira histórica y de las epopeyas ad- 
hoc, pueden en los escarceos de su volu- 
ble orgullo de un momento de sorpresa, 
estar seguros de que día vendrá en que 
nada ha de prevalecer de sus invenciones 
para embaucar á los necios siquiera sir- 
van de diversión á los discretos. 

A un hecho real y verídico pero insig- 
nificante es muy fácil exagerándolo darle 
las proyecciones de un acto grandioso, 
siempre y cuando haya nacido el que á 
mentir se entrega dotado de esas condi- 
ciones de histrión que habilitan eficaz- 
mente para convertir lo blanco en negro 
en los delirios de una exhibición personal 
que busca á todo trance el medio de ha- 
cer ruido y llamar la atención. Para esta 
clase de farsantes que por punto general 
se cuentan éntrelos que nunca han pasado 
una mala noche por la patria, es muy fá- 
cil como saludadores que son de todos 



- 16 — 


los éxitos en las indignidades de su apos- 
tasía, aparecer en las avanzadas del civis- 
mo para con mirada retrospectiva compen- 
sar las bajezas del momento en que actúan. 
El fervor que demuestran por los perso- 
najes del pasado les sirve de pretexto para 
simular civismo extraordinario al endiosar- 
los incondicionalmente. 

Pero las glorificaciones que los decla- 
madores elevan á su vanidad al construir 
la peana que los pretensos héroes han de 
ocupar, suelen no resistir á la indagación 
de los pueblos cuando éstos descubren 
con ingénita sagacidad las ficciones con 
que se pretende embaucarlos por parte de 
aquellos que buscan la consideración de 
sus compatriotas, no por el camino recto 
de la verdad, sino por el tortuoso de la 
mentira, procurando alentar y fomentar 
prejuicios, falsedades é ignominias que la 
declamación rastrera y hueca trata de 
adornar con los colores simpáticos de los 
triunfos inmortales y los prestigios de las 
acciones imperecederas en la memoria de 
los hombres. 

La historia, pues, y la leyenda se mez- 
clan y confunden deliberadamente en la 
obra de los falsificadores de los anales 



- 17 — 


del pasado, y un pasajero relámpago de 
gloria, y una actitud gallarda y una inspi- 
ración feliz en determinadas circunstan- 
cias, se conceptúan como el carácter dis- 
tintivo y definitivo de una personalidad 
que tomó altura en un instante determina- 
do y descendió después á los abismos del 
error ó de la maldad que borra y nulifica 
los honrosos antecedentes del pasado con 
abominables extravíos y con proyecciones 
odiosas. 

Algunos de los jefes de la guerra de la 
independencia de América, no fueron más 
que oscuros oficiales subalternos del ejér- 
cito español sin mérito para el ascenso, ó 
campesinos levantiscos ó frailes altaneros 
y bravotes, que en la Iglesia erraran su 
Vocación. 

Cuando la historia los toma en cuenta 
para hacerles justicia, no les niega el pa- 
triotismo que los llevase á los azares del 
campo de batalla; pero cuando los mistifi- 
cadores de oficio se apoderan de ellos, 
entonces aparece la leyenda, y el movi- 
miento del corazón espontáneo y genero- 
so en los sublevados contra el régimen 
absolutista, se convierte inmediatamente en 
!a. superchería. denotarlos de las mas ex- 



— 18 — 


traordinarias perfecciones, resultando así 
grandes estratégicos, insuperables estadis- 
tas y constitucionalistas de primera fuerza, 
individuos cuya ignorancia en todos los 
ramos del saber humano es notoria para el 
mundo entero con excepción de los de- 
clamadores que los elevan al quinto cielo 
de la sabiduría, de la abnegación y de la 
virtud. 

En México dos curas heroicos dieron el 
grito de independencia ; y aun cuando se 
descuente de su haber que estaban ence- 
lados y mortificados porque no pasaban de 
curas de aldea mientras que las grandes 
prebendas eran para los sacerdotes espa- 
ñoles, la historia hace justicia al coraje 
con que produjeron el alzamiento y derra- 
ma una lágrima ante su martirio y su tum- 
ba, porque tomados prisioneros, ambos fue- 
ron ejecutados. Y hasta aquí todo va bien 
mientras la leyenda no quiera convertir en 
ejército regular á la montonera de indios 
que acaudillaban los curas haciendo de es- 
tos generales de táctica irreprochable y 
precursores de una libertad y vida institu- 
cional, que hasta ahora no ha alcanzado 
el pueblo mexicano. 

Pelearon rudamente por la independen- 



— 19 — 


cia; pero sería leyenda decir que dentro 
de su fanatismo y del fanatismo que im- 
primían á sus secuaces, bregaran ellos por 
una libertad que no entraba en sus aspi- 
raciones, en sus antecedentes ni en su 
conducta; yes seguro que los libertadores 
católicos Hidalgo y Morelos no se habrían 
horrorizado como don Lorenzo de Zavala, 
el mas filosófico de los historiadores me- 
xicanos, al presenciar como era que los 
curas tenían un verdugo en el atrio de las 
iglesias para azotar despiadadamente á los 
indios de uno y otro sexo, que hubiesen 
cometido el enorme crimen de faltar á al- 
guna misa ó no enterar los diezmos pun- 
tualmente, sin perjuicio de que después de 
la azotaina que despedazó sus carnes, tu- 
viesen la obligación de besar la mano del 
verdugo. 

La historia mexicana se convertiría en 
leyenda si atribuyese á los curas batalla- 
dores la visión de lo futuro, el liberalismo 
de Juárez y las aspiraciones del pueblo 
que ha concluido por cansarse de la do- 
minación personal de don Porfirio Díaz. Y 
ahora que después de la larga noche de 
la tiranía se halla el alma azteca en las 
tinieblas sobre su destino, sería el colmo 



- 20 — 


de la insensatez atribuir antecedentes de 
constitucionalismo y de orden regular en 
la sociedad á los que nunca supieron pre- 
parar al pueblo para la vida institucional, 
que hoy mismo se presenta tan difícil como 
antes, con sus dos candidatos presidencia- 
les, porque el señor Madero será el desor- 
den, la instabilidad y la anarquía y el ge- 
neral Reyes no significará en el poder más 
que la segunda edición corregida y aumen- 
tada de la paz garantida hasta el día de su 
destierro por el último presidente llamado 
constitucional. 

Los telegramas nos refieren en estos úl- 
timos días que cuando esos dos candidatos 
se presentan en una reunión política, re- 
ciben la mas entusiasta ovación de gritería, 
silvidos, denuestos y pedradas, que reve- 
lan cuan grande es la preparación del 
pueblo mexicano para la Vida democrática; 
pero si se tratase de Inquirir el origen de 
esos extravíos, algaradas y excesos, habría 
que amnistiar á los pobres aztecas para 
echar toda la responsabilidad de las aso- 
nadas sobre esos proceres para quienes la 
historia se muestra agradecida por sus in- 
contestables servicios en las guerras de la 
independencia, sin perjuicio de que pres-* 



- 21 - 


cíndiendo de la leyenda que los unge como 
grandes republicanos y excelsos demócra- 
tas, habría que restablecer la verdad de 
las cosas, que no es otra sino esta: que 
las ambiciones y el afán de predominio y 
las satisfacciones del poder convirtieron en 
vulgares mandones, en sátrapas y tiranos 
á los que después de haber llenado con 
gloria las páginas de su vida para sacudir 
el yugo de la dominación extraña, espa- 
ñola y francesa, no quisieron educar al 
pueblo, fortificarlo en sus derechos, le- 
vantarlo de su abyección y su ignorancia 
y señalarle el rumbo que lleva á la hon- 
rosa conquista del gobierno propio. Los 
mandones que desde un principio han abu- 
sado de la bondad del pueblo azteca sin 
saber encarrilarlo hacia la dignidad de sus 
destinos son los únicos responsables de 
la vida incierta y de los graves proble- 
mas que deja en pié el exilio del general 
Porfirio Díaz. Han preferido el régimen ab- 
soluto de Hernán Cortez al hermoso mo- 
delo de un gran pueblo que usa liberrima- 
mente de su soberanía y de sus prerroga- 
tivas para darse presidentes como jefferson, 
como Lincoln y como Taft. 

Llano es empero que á este resultado 



— 22 - 


no se llega por el camino de la leyenda 
que acompañó el absolutismo de Porfirio 
Díaz decorándolo con los prestigios de una 
paz asegurada por la fuerza á un pueblo 
que en el momento de verse libre de ella, 
se encuentra sin aptitudes para garantir 
aquella paz por el solo esfuerzo de su amor 
á la ley y su virtud republicana. 

La leyenda deslumbradora pierde su in- 
tensidad ante las nubes de una descon- 
fianza que se manifiesta con denuestos y 
pedradas á falta de los medios legítimos 
que la educación cívica y el patriotismo 
ponen en manos de los pueblos conscien- 
tes de sus derechos para impedir que los 
sospechosos y los indignos escalen con 
maña ó con Violencia las alturas del poder. 

■ Caído el mandatario que había conside- 
rado que la presidencia de la república 
era su propiedad, no queda de la fantas- 
magoría de la paz y el orden arraigados, 
más que el recuerdo de la tranquilidad 
transitoriamente obtenida sin la interven- 
ción del pueblo en ese beneficio ni él más 
mínimo progreso en la educación cívica 
para las luchas democráticas, panacea úni- 
ca de las conquistas definitivas en mate- 
ria de instituciones y de gobierno libre. 



- 23 - 


La adulación de la leyenda había hecho 
un Wáshington del último presidente me- 
jicano ; mas la historia dirá que el pueblo 
que sojuzgó, adormecido al arrullo de los 
bienes de la paz sin libertades, al desper- 
tar de su letargo no sabe más que tirar 
piedras. 

La leyenda que ha acompañado al gene- 
ral Díaz durante su larga dominación es 
más ó menos la misma que con diversos 
matices, según las circuntancias y la índo- 
le de cada pueblo, ha seguido los pasos 
de diversos régulos en todas las latitudes 
y nacionalidades latinas del nuevo mun- 
do. A unos se les han atribuido por sus 
turiferarios las más altas virtudes de ca- 
rácter general, á otros las mayores ener- 
gías para repeler supuestos conatos euro- 
peos de conquistas territoriales; otros han 
sido debeladores de anarquías que se pre- 
tendían incurables, y los más han resulta- 
do en los panegíricos de sus amigos, se- 
cuaces y paniaguados, como los eximios 
factores del orden público y del progreso 
material, sin que haya faltado, porque de- 
be haber para todos los gustos, el que ex- 
hiba sus más altos pergaminos como su- 
miso siervo del papa y fervoroso apologista 



á palos de la Santa Religión dél ' Estado. 

Rosas ponía entre sus títulos de honor 
su defensa de la independencia america- 
na, que estaba bien asegurada desde los 
tiempos de San Martín y de Sucre; y el 
combate de Obligado no significaba nada 
que se pareciese ó un peligro de expan- 
siones territoriales de la Francia en la 
Argentina. El episodio heroico se presta- 
ba á la leyenda con perjuicio de la histo- 
ria, y el déspota podía darse el lujo de 
comunicar á su pueblo entusiasmos que él 
no sentía y explotaba simplemente como 
un ardid de su política criolla. 

García Moreno se dedicaba á la salva- 
ción de las almas y quería arrebatarle al 
infierno el derecho de achicharrar al pue- 
blo ecuatoriano; y ayudado eficazmente 
por los jesuítas en esta piadosa y lauda- 
ble tarea se creó una reputación de santo 
que deseaba extender á todos sus gober- 
nados; y la leyenda es que si el Ecuador 
no es hoy la primera nación de la Améri- 
ca Latina, eso se debe solamente á la 
heregía máxima de los. picaros masones 
que mandaron al cielo á García. Moreno 
para que gozase allí las delicias ¡de la vida 
seráfica. Entre. tapto la historia, dirá, que 



— 25 — 


íué un malvado clásico, reconcentrado, 
hipócrita y feroz sin respeto á nada ni á 
nadie de lo cual entre otras pruebas está 
la de haberse solazado con la cruel humi- 
llación de los azotes impuesta á un bene- 
mérito general de la independencia. 

Las actuales generaciones uruguayas ape- 
nas corridos algo más de seis lustros, ol- 
vidan ya la tradición sombría del tirano 
Latorre, habiendo gentes que en estos úl- 
timos tiempos han hecho la propaganda de 
que debe aquel facineroso encontrar en 
cualquier momento franca la entrada al 
país que supo afrentar con las atrocida- 
des de su despotismo; y no faltaron cán- 
didos que atribuyeron al gobierno hace 
algunos meses el propósito de hacerle 
á la República en conmemoración del 
25 de agosto del corriente año el agui- 
naldo de una amnistía para el ilustre 
proscripto. Apoderada la leyenda del per- 
sonaje lo presenta como el destructor 
de una anarquía que no fué otro sino 
él quien la había incubado en los infa- 
mes conciliábulos de la traición y del mo- 
tín militar. Con la oliva de la paz en la 
mano se le presenta fomentando el pro- 
greso,, impulsando la enseñanza laica, (aun- 



- 26 — 


que no radicalmente) organizando la ha- 
cienda y prestigiando el órden público con 
las crueldades del taller de adoquines y 
la cooperación de ciudadanos entre los 
cuales algunos de vida privada honesta, 
que lo acompañaban en esta faz de sus 
manifestaciones políticas, cerrando los ojos 
á sus horribles crímenes. Ya se sabe, por- 
que se ha repetido desde los tiempos más 
remotos, que con desiguales responsabili- 
dades, hay dos clases de delincuentes 
dentro de las tiranías: los que despotizan 
y los que abdican de sus derechos y hasta 
de su propia dignidad: los que azotan y 
los que mansos y dóciles ofrecen la es- 
palda al látigo. 

Y cuando la leyenda se apodera de uno 
de esos personajes siniestros cuál el dés- 
pota uruguayo, le lleva en cuenta como 
circunstancia atenuante de sus delitos, las 
complicidades que halló para dar prestigio 
á su llamado gobierno, olvidando los aten- 
tados de todo género que todavía espan- 
tan por el recuerdo de una fiera que so- 
brepujando en ferocidad á todos los tira- 
nuelos de la América Latina, se permitía 
el lujo de atropellar personalmente á los 
que para vejarlos llamaba á su casa, ó por 



— 27 - 


casualidad encontraba en la calle, sin aho- 
rrar siquiera al cementerio en días de exe- 
quias alguna vergonzosa escena de cobar- 
de y brutal agresión, siendo las víctimas 
por lo general, personas respetables y de- 
centes acreedoras á toda consideración en 
cualquier país civilizado. Y así que mayor 
tiempo pase y hayan desaparecido los tes- 
tigos presenciales de las fechorías, es se- 
guro que los falsificadores de la historia 
que quieran echar un velo sobre los su- 
cesos de ahora treinta y tantos años, co- 
mo lo han echado sobre los de época an- 
terior, exigirán prueba de escritura pública 
para comprobar los robos, peculados, ase- 
sinatos y atentados de la oprobiosa dicta- 
dura, relegando también al mundo de las 
invenciones, gracias como aquella de co- 
locar un cuero ageno en el campo de un 
rico hacendado para esquilmarlo después 
con una multa enorme por el delito de 
abigeato ; y se permitirán olvidar la humo- 
rada del descomunal bochinche y obsce- 
nas groserías en las bodas del general Apa- 
ricio; de igual manera que negarán la fre- 
nética ovación de que fué objeto un artis- 
ta en el teatro Cibils, recibiendo del tira- 
no y sus cultos acompañantes, el obsequio 



- 28 - 


de un buen número de aquellos adminícu- 
los que han dado mundial renombre á su 
inventor el higienista inglés mister Con- 
dom, desalojando el teatro las familias 
cuando dichos adminículos, previamente 
inflados, ocuparon el escenario adheridos 
á una moneda de cobre que con el peso 
les servía de base para que se mantuvie- 
sen erguidos, abultados y visibles. 

De las leyendas del género infame, en- 
comiásticas de tiranías, suele pasarse en 
nuestro país á las del género alegre y di- 
vertido. Y así como una virgen de Lour- 
des sirvió de modelo y precedente á la de 
Luján y á la uruguaya de Verdum, del 
mismo modo las vírgenes á quienes Bel- 
grano y San Martín ofrecieron sus basto- 
nes, han hallado aquí, precisamente en es- 
tos últimos días, una nueva hermana en 
la virgen de los Treinta y Tres, de cuya ce- 
lestial criatura no se había tenido jamás 
aviso hasta que de ella hizo solemne 
presentación en los campos de Florida, un 
beato militante, declamador de oficio, á 
quien nunca le falta tiempo para esta cla- 
se de indignas farsas y que se adelanta- 
ba con las frases de su peculiar oratoria 
trasnochada, al panegírico que de la re- 



- 29 - 


cíente virgen haría el cura de la iglesia 
en que iba á quedar en depósito su sagra- 
da imagen. 

El general Belgrano, muy religioso y re- 
zador, podía de buena fé rendir los home- 
nages de su culto á una virgen que ado- 
raba con sinceridad dentro de los preceptos 
de su credo; y respecto del general San 
Martín que no era ni rezador ni beato, 
cabía que en beneficio de su causa transase 
con el fanatismo para encontrar apoyo en 
un pueblo que de ser contrariado en sus 
creencias, se habría resistido á darle sol- 
dados; y no hacía San Martín en su opor- 
tunidad otra cosa que lo que el general 
francés Menou había hecho en la campa- 
ña de Egipto cuando abrazó el islamismo 
para propiciarse la buena voluntad de los 
musulmanes. No son estos más que ardi- 
des que á la travesura de un general su- 
gieren las circunstancias en que actúa y 
las necesidades en que se ve envuelto ; 
pero como no hay antecedente ninguno 
de que el general Lavalleja fuese beato y 
rezador ante imagen alguna, ni consagra 
la historia que se Viese jamás obligado co- 
mo los generales San Martín y Menou á 
utilizar la superstición como medio de au- 



— 30 — 


mentar un ejército ó ganar la buena vo- 
luntad del pueblo que libertaba, es claro 
que se trata de la más vulgar y estúpida 
de las supercherías con la reciente inven- 
ción, sin que falte otra cosa para comple- 
tar la comedia que buscar en una casa 
de viejo algún bastón que acuse luengos 
años por el desgaste de su puño de pla- 
ta y regatón, para consagrarlo como ofren- 
da retrospectiva del vencedor de Sarandí 
á la milagrosa Virgen que amparó á los 
Treinta y Tres. 

Ya se puede ver por esta farsa grotesca 
manipulada por un núcleo de beatos en el 
país más liberal de la América Latina, has- 
ta que punto llevan sus ficciones, su his- 
trionismo y su desvergonzada audacia, los 
adeptos del Syllabus cuando ante nuestros 
propios ojos, con su hierofante á la cabe- 
za un grupo de embaucadores desafía con 
impavidez las burlas que merecen ceremo- 
nias que solo pueden dejar de ser una 
mistificación para convertirse simplemente 
en una suprema muestra de idiotez... 

En presencia de semejantes leyendas 
que se deslizan á nuestra vista sin que 
sus inventores como los augures romanos 
se rían entre ellos de sus propias farsas 



— 81 — 


ya se echará de ver como se despachan 
á su gusto cuando ponen á contribución 
sucesos rodeados por el misterio de tiem- 
pos pasados, que se desean adaptar al 
presente para el logro de Ventajas perso- 
nales con la consagración de prejuicios 
que se cree que pueden prestar momen- 
tánea popularidad. 

Los que no han pretendido otorgarle á 
Artigas el título de fundador de la nacio- 
nalidad uruguaya, se han contentado mo- 
destamente con discernirle el menos tras- 
cendental de precursor de ella. Las dos 
leyendas se han difundido de tal manera 
que hasta en documentos oficiales se lla- 
ma al vencedor de las Piedras, alternati- 
vamente, fundador ó precursor de la Re- 
pública del Uruguay. 

A los que prefieren la historia á la le- 
yenda en todo momento, se les habla he- 
cho difícil comprender cómo era dable que 
pudiese subsistir ante el buen sentido 
ninguna de esas dos versiones, siendo así 
que Artigas siempre fué un caudillo fede- 
ral, que rechazó la independencia de su 
provincia nativa aún en la misma oportu- 
nidad en que pudo obtenerla sin inconve- 
niente de ningún género, puesto que se la 



— 32 — 


ofrecía la misma autoridad suprema de 
Buenos Aires, con quien el caudillo esta- 
ba constantemente en pugna. 

El desarrollo de una nacionalidad es 
una evolución demasiado complicada, com- 
pleja y grande, para que quepa en el ce- 
rebro de un hombre, germinando como 
una semilla que se transforme luego en 
comienzo ó precedente de esas agrupacio- 
nes que constituyen un Estado libre é 
independiente. 

La formación de una nacionalidad es 
lenta y evolutiva si se constituye paciente 
y pacíficamente, en cuyo caso es la obra 
del tiempo y de un conjunto de eventos 
que no pueden remontarse á la voluntad 
ó la clarovidencia de un hombre, ó es 
el resultado de una combinación de polí- 
tica internacional para asegurar la paz ó 
garantir fronteras de territorio neutral entre 
dos naciones rivales; y en este caso tam- 
poco la creación de una nacionalidad 
puede ser el resultado de la Voluntad ni 
de la visión profética del porvenir por 
parte del hijo de una nación creada por 
sucesos inesperados, agenos á su imposi- 
ble previsión, de los misterios del futuro. 

Si hay puntos oscuros en nuestra bis- 



— 33 — 


toria, no es seguramente uno de ellos el 
relativo á la fundación de nuestra nacio- 
nalidad que, se halla completamente do- 
cumentado y bien esclarecido, para que 
se nos quiera endosar la leyenda de un 
fundador ó de un precursor imaginarios. 

Los patrocinadores de la mentira en una 
ú otra de las dos versiones á que hace- 
mos referencia, han callado ante la ver- 
dad intergiversable sobre este punto que 
ha exhibido el más laborioso, entusiasta 
y decidido de los defensores de Artigas. 

El doctor Eduardo Acevedo consagra 
tres abultados tomos á la tesis de que 
« don José Artigas es la más alta figura 
« de todas las que se mueven en el esce- 
« nario de la revolución Sud-Americana». 
No pone, sin embargo, en el haber de su 
semidiós los títulos que le discierne la 
leyenda y afirma en cambio lo siguiente: 
« quiere decir también que no es el fun- 
« dador, ni siquiera el precursor de la Re- 
« pública Oriental; que á ese título ni po- 
« dría ni debería erigírsele estatua alguna, 
« sin falsear la verdad histórica plena- 
« mente documentada en el curso de este 
< alegato >. 

Y téngase presente que ni Wáshington 


3 . 



- 34 - 


ni San Martín, ni Sucre han tenido un 
adorador tan fervoroso como el <|ue ha 
hallado Artigas en la persona del doctor 
Acevedo. Los antiguos panegiristas son 
liliputienses á su lado. La emprende con 
Carlos María Ramírez porque dijo que 
Artigas había cometido un crimen cuando 
desertó del sitio de Montevideo, y con 
Francisco Bauzá porque afirmó que el 
desconocimiento del Congreso Provincial 
de la capilla de Maciel constituía el pri- 
mer ensayo del caudillaje que pugnaba 
por no reconocer barreras al personalismo 
absorbente. 

En sus adivinaciones del porvenir el 
doctor Acevedo vaticina para la postuma 
rehabilitación de su héroe, que Artigas 
es el fundador del régimen federal argen- 
tino (horresco referens!) «y que su esta- 
tua surgirá en la Plaza de Mayo algún 
día». 

El fenómeno psíquico del biógrafo que 
se enamora perdidamente del personaje 
cuya vida relata, es muy conocido y se 
reproduce tan constantemente como el del 
mancebo que en ¡os albores de su pasión 
convierte á una tarasca en la diosa de sus 
ensueños; pero como la adolescencia pasa 



— 35 — 


pronto calmando los ímpetus del cariño, es 
posible y aun frecuente que el galán cai- 
ga en cuenta de su juvenil alucinación y 
de la fealdad de su adorada; no sucedien- 
do lo propio con el escritor que en edad 
de madurez se encapricha con alguna fi- 
gura que se le antoja extraordinaria y mi- 
rífica en los anales del pasado; de donde 
resulta que con la mayor buena fe del 
mundo y sin siquiera notarlo, se trueca de 
historiador en panegirista; y va sin decir 
que al hablar de buena fe no podemos re- 
ferirnos á los improvisadores sin estudio, 
que en sus declamaciones rehacen su pro- 
pia obra farsaica, con actos de repugnante 
piratería como en el caso á que alude el 
doctor Acevedo en una nota al final de 
su libro. 

Las manifestaciones de auto-suges ion 
son tan frecuentes que á nadie puede ex- 
trañar que se registren en el Uruguay 
desde que igualmente se producen, con más 
ó menos frecuencia, en todas las latitudes. 

En un libro publicado el corriente año 
en Santiago (1) se inserta una carta de don 


il> Lastarria y su tiempo — por Alejandro Fuenzálida 
Grandon - Santiago de Cliile HUI. 



- 36 


José V. Lastarria en que acusa á Vicuña 
Mackenna de profesar la más ciega idola- 
tría por los personajes que son materia de 
sus libros; de lo cual resulta que los pri- 
meros hombres de Chile, incomparables y 
únicos, son alternativamente, José Miguel 
Carrera, O’ Higgins ó Diego Portales, por- 
que abrumado el autor por la figura que 
perfila, no ve en el mundo nada que sea 
más original, admirable y prodigioso. 

Aquejó esta enfermedad en su día al 
célebre historiador de la Revolución Fran- 
cesa Luis Blanc, el cual seducido por el 
simpático, dulce y bondadoso carácter de 
Robespierre, ve en él la primer figura re- 
volucionaria y lo dota de las más exce- 
lentes prendas y las mayores virtudes, 
olvidándose por desgracia el historiógra- 
fo de que de haber vivido en los días 
del terror, habría sido un candidato segu- 
ro para la guillotina, porque eran precisa- 
mente los hombres de independencia y de 
elevado carácter como él los que el pa- 
triotismo de Robespierre consideraba más 
peligrosos para el interés de la Francia y 
el bienestar del género humano. 

Esta enfermedad de idolatría, que aun 
cuando haya algunos casos no es endémi- 



37 — 


ca en Europa como lo es en América, la 
encuentra Fuenzálida Qrandon en grado 
alarmante en el historiador Walker Martí- 
nez, el cual no acertó á pintar en Porta- 
les sino á un semidiós que se cierne pu- 
rísimo entre las nubes, sin forma humana 
casi, y sin saber con que mortales igua- 
larlo, lo comparó ridiculamente con Wás- 
hington y Cincinato. 

Por su parte Lastarria se permitía dife- 
rir en algo del panegírico de Walker Martí- 
nez, porque habiéndose también Vicuña 
Mackenna dado el lujó de presentar á la 
posteridad la figura inmaculada del autó- 
crata chileno, le dedica Lastarria un juicio 
sintético tan amable como el siguiente: 
« váyase usted á pasear con su Portales, 
« pues creo qué con este libro hace más 
« mal que con ninguno. Pervierte usted el 
« juicio público y presenta como grande 
« á un pillo de los que tiene nuestra tie- 
« rra á puñados. » 

Es un timbre de honor para Chile que 
sus eruditos puedan discutir ampliamente 
los personajes históricos sin que ningún 
prejuicio de aldea los contenga en la no- 
ble obra de enseñarle al pueblo la verda- 
dera historia, relegando con firmeza las 



- 38 — 


supercherías de la leyenda para los come- 
diantes y los tontos. 

Es una enseñanza realmente proficua y 
de que estamos muy necesitados en el 
Rio de la Plata, esa de decir la verdad 
sin ambajes. cesando en la mistificación 
que exhibe superhombres en mortales 
que si prestaron alguna vez servicios, que 
estando bien documentados nadie los nie- 
ga, en cambio cometieron errores cuyas 
tristes proyecciones se sienten todavía. 
La idea de mostrarnos seres impeca- 
bles en los que en distintas esferas con- 
sumaron la independencia de América, es 
tan absurda como la de exhibir puramen- 
te como ambiciosos y malvados á los 
enérgicos ciudadanos que dentro de la 
época insurreccional, cometieron faltas á 
que nadie es ajeno, y que si muchas ve- 
ces fuero» el resultado de la ofuscación 
que les producía la responsabilidad del 
paso que habían dado, otras tenían por 
origen la anarquía que los desesperaba 
porque ponía en peligro un movimiento 
revolucionario que habría rodado al abis- 
mo de la derrota, sin las severidades y 
los golpes de audacia que si no siempre 
daban el mejor resultado, eran empero 



- 39 — 


generados por el nobilísimo propósito que 
al fin se impuso triunfante. 

No hay que mostrarle al pueblo semi- 
dioses, por la sencilla razón de que la hu- 
manidad no los ha producido jamás y el 
que quiera encontrarlos no tiene más re- 
medio que entrevistarse con Homero en 
las olímpicas páginas de la Ufada. 

Pase que á Cervantes y á Shakespeare 
los habiliten los fanáticos de sus obras 
para ejercer toda clase de funciones y 
desempeñar todos los oficios posibles y 
lucir todas las aptitudes imaginables, por- 
que al fin y al cabo ambos eran genios 
y cabía que por adivinación resultasen ju- 
risconsultos, médicos, numismáticos, as- 
trólogos y peritos en todo lo demás que 
ha querido regalarles la fecunda y gene- 
rosa imaginación de sus adoradores; pero 
este sistema resulta de pésimos efec- 
tos cuando se aplica á seres que por más 
que se esfuercen sus fervientes protec- 
tores, no pueden alcanzar la nombradía 
de genios universales, ya que el mérito 
no resulta de su actuación en el escena- 
rio del mundo, sino de la liberalidad de 
sus panegeristas al sublimarlos con los 
dones enciclopédicos que les descubren. 



— 40 - 


De la más famosa de las novelas y de 
los más portentosos dramas que haya crea- 
do el genio humano, pueden deducirse 
conclusiones concebidas por una herme- 
néutica literaria que se exceda de sus fue- 
ros para entrar en la región de los delirios. 
Esto, sin embargo, no es origen de ningún 
mal colectivo y apenas si ridiculiza á los 
que con una penetración sobrehumana ven 
en los citados genios literarios seres que 
son al mismo tiempo hombres de acción 
capaces de conquistar la Galia como Cé- 
sar ó descubrir la América como Colón. 
Nada de esto pasa de una inofensiva fan- 
tasía que ni agravia la memoria de los 
taumaturgos que la motivan ni hace mal 
alguno al pueblo español ni al inglés; pero 
las cosas varían cuando la historia se trans- 
forma en leyenda para ungir con virtudes 
teologales, con patriotismo generoso, inte- 
ligente y esforzado y con habilidades uni- 
versales, á personajes que presentando 
diversas facetas puedan tener algunas que 
al enaltecerlos no destruyan por completo 
las oscuras sombras de las otras; y aun 
puede suceder y acontece seguramente con 
frecuencia, que un ciudadano intachable y 
digno de encomio en determinada época 



— 41 - 


de su Vida ó en los comienzos de su ca- 
rrera militar y política, borre después con 
crímenes ó con errores graves, el buen 
efecto que causaron antes sus primeros 
pasos en la vida pública; de donde resul- 
ta que dividida la actuación de un hombre 
en diversas etapas, puede presentar suce- 
siva ó alternativamente aspectos que de- 
ban conducirlo al Capitolio ó arrastrarlo 
con justicia á la roca Tarpeya. 

Y como para constituir una vida de pu- 
reza análoga á la de Wáshington, es indis- 
pensable que todas sus manifestaciones 
coincidan en el mismo punto de virtud, 
de abnegación y de civismo, no es ya con 
fragmentos divergentes y que se rechazan 
entre sí, que pueda modelarse un conjun- 
to capaz de responder seria ni éticamente 
á la figura digna de presentarse á la pos- 
teridad exenta de errores y colmada de 
los más maravillosos dones. 

No nos convencen los antecedentes le- 
gendarios de Guillermo Tell, de que así 
como los suizos se remontan á una fábula 
del siglo XIV para perfilar con indumento 
humano la simbólica efigie de un héroe 
ficticio, debe igual procedimiento aplicarse 
á los personajes de carne y hueso del pri- 



mer tercio del siglo XIX, con los cuales 
en el Río de la Plata se codearon nues- 
tros abuelos, dejando una tradición y do- 
cumentos que hacen de todo punto in- 
aceptable la analogía entre los remotos 
tiempos en que actuó el matador de Ges- 
ler, con los años más recientes en que 
jugaron papel prominente los hombres de 
la revolución de la independencia ameri- 
cana, y de la nuestra del Brasil. 

Estamos cansados de oir en nuestro 
país, y no ya á espíritus Vulgares, sino á 
gentes de primera fila, que los pueblos 
que no tienen héroes deben inventarlos, 
y que más ó menos, todas las naciones 
los han inventado, por la parte más baja 
al engrandecer con proporciones colosales 
á sus prohombres históricos. Esto que res- 
ponde á la escuela de la mentira, lo re- 
chazamos en absoluto y todo lo más que 
concedemos es que en algunos casos muy 
contados, los inventores de leyendas, bien 
que extraviados, hayan respondido á un 
sincero propósito de patriotismo. Pero en 
esto mismo se equivocan aun los que con 
buena intención desalojan á la verdad 
para prohijar la superchería. 

Es cada vez mayor en el mundo, el afán 



- 43 - 


por la escrupulosa investigación del pasa- 
do. La leyenda napoleónica pierde terreno 
día á día para convertirse de leyenda de 
inmaculada gloria, en tradición de despo- 
tismo nefasto y deshonroso para la Fran- 
cia; y aun en materias de remoto origen 
que muy poco tienen que apasionar al 
presente, se ha visto lo que perdió Renán 
en el concepto de los eruditos cuando por 
presentar á Jesús como una personalidad 
real, se puso en pugna con la crítica mo- 
derna, especialmente la alemana y la in- 
glesa, que han probado en admirables é 
irrefutables exégesis, que antes del cris- 
tianismo existió en otros pueblos que no 
eran el pueblo judío, la leyenda de un Cris- 
to que se había concebido en el seno de 
una virgen, abundando con este motivo en 
la demostración de la no existencia de un 
Jesús humano; de modo que para los he- 
braístas, la obra del célebre escritor fran- 
cés, no es más que una encantadora no- 
vela en que con intenso amor se presenta 
el protagonista al cariño de los lectores 
mecidos por la seducción del mas hermoso 
é inimitable de los estilos literarios, sin 
que se tome á lo serio la tesis de que en 
Jesús tuvo Tiberio un contemporáneo. 



— 44 - 


¡Qué! ¿Será difícil la destrucción de una 
leyenda que cuenta veinte siglos? No tanto 
sin duda como lo desean los que juegan 
con la credulidad humana; y para tener 
seguridades de que la verdad acabará por 
triunfar en esta y otras materias, basta 
echar la mirada á los progresos que se 
Vienen cumpliendo á favor de la derrota 
de mil supersticiones que día á dia se van 
desarraigando de la conciencia popular. 

Y como se comprende, si ya se echan 
por tierra fanatismos que cuentan luengos 
siglos de prestigio, mas fácil ha de ser 
concluir con los endiosamientos políticos 
de moderna data. 

Los mismos pueblos engañados serán los 
primeros en volver por los fueros de la 
verdad, porque ellos á fin de ser virtuosos 
y grandes no. necesitan para nada la base 
de la mentira, y sabrán correr á silbidos á 
los sofistas y declamadores que los preten- 
den sorprender en su buena fe. 

Aun siendo reales é indiscutibles las tra- 
diciones más gloriosas, de nada sirven en 
el desenvolvimiento de la vida actual, si 
adormecidos los pueblos con recuerdos he- 
roicos, olvidan las exigencias de la hora 
presente y descuidan el deber que á todas 



— 45 — 


las generaciones corresponde de bregar 
sin tregua hasta la consecución de los 
grandes fines civilizadores. 

En las sombras del atraso vegetan hoy 
muchos pueblos que otrora se hicieron 
sentir con estruendosas manifestaciones; y 
en cambio, naciones que podríamos decir 
de ayer se abren por sí mismas, con pró- 
diga mano y con seguro tino, la senda de 
un jubiloso porvenir. 

No serán las tradiciones del caudillaje y 
la barbarie, las que en nuestro país per- 
duren si hay buen sentido. Las fuerzas 
que se sustituyeron á la soberanía popu- 
lar para disponer de nuestros destinos, 
abusaron de una prepotencia efímera, y 
nos dejaron atados de pies y manos en 
las garras del extranjero. 

La independencia del Brasil nos vino 
después por la reacción contra tales tra- 
diciones; y no serán éstas las que de 
una manera eficaz puedan pesar en el 
desarrollo de la cultura nacional como un 
antecedente que haya contribuido á pre- 
pararla. 

A los elementos bárbaros arrastrados á 
la contienda por sus congéneres indispen- 
sables, se les puede colocar en su haber 



- 46 — 


el servicio importante que prestaron en 
la época revolucionaria, y eso será del 
resorte de la historia; pero si se les quie- 
re sacar del papel de conductores de mu- 
chedumbres sublevadas, para convertirlos 
en organizadores de nacionalidades, sale 
esto ya del dominio histórico para entrar 
en el de la leyenda, por no decir, en el 
de la mentira sin disculpa. 

A los pueblos en estado caótico ó em- 
brionario pueden llevarlos al sacrificio por 
una idea, la de independencia verbigracia, 
únicamente aquellos individuos que des- 
tacándose con una relativa superioridad 
de habilidades sobre sus secuaces, parti- 
cipan empero de sus tendencias, pasiones 
y extravíos : es sólo en tales condiciones 
que se puede ser caudillo; mas por eso 
mismo no cabe trocar en estadista al que 
nació tan solamente para arrastrar masas 
por su analogía con el espíritu de ellas y 
por su prestigio personal; y como son dis- 
tintas las aptitudes que se requieren según 
las circunstancias, no es tarea para un 
solo hombre constituir una doble perso- 
nalidad que se genere á un tiempo mis- 
mo con la idiosincracia y las miras 
de Rivadavia y de Francisco Ramírez, 



- 47 - 


formando una sola entidad moral é inte- 
lectual. 

Lo correcto para sahumar á un mortal 
con los perfumes de la gloria, es poner 
en la balanza de la justicia y la equidad, 
los servicios que prestó á su manera, y 
los errores ó crímenes á que fué impelido 
por su carácter ó por el ambiente en que 
actuaba, y según sea que el platillo se 
incline del lado de las buenas obras que 
realizó, podrá discernírsele el título que 
lo acredite hasta la posteridad como varón 
virtuoso y como héroe. Quien quiera, que 
sea el que llegue á manejar bien la ba- 
lanza á que nos referimos, será el verda- 
dero historiador que no podrá confundirse 
con los declamadores de la leyenda, por- 
que habrá inscripto en las páginas de su 
obra la conciencia de su probidad; arpi- 
áis Plato , sed magis amica veritas. 

Luis Meliáx Lafinur. 


Montevideo, 5 de Septiembre de 1911,